Sanar al Santo Hijo de Dios significa
sanarme a mí mismo, pues soy yo el único que está distraído con las imágenes
proyectadas. Si yo creo que necesito sanar a otros estoy por consiguiente
enfermo ya que no hay “otros.” Es por eso que el curso muy bien habla de que la
expiación es para uno mismo.
De no ser consciente de ello entonces el
curso continúa ese mismo párrafo con los siguiente; “Pues usarás al mundo para un propósito distinto del que
tiene, y no te podrás librar de sus leyes de violencia y de muerte. Sin
embargo, se te ha concedido estar más allá de sus leyes desde cualquier punto
de vista, en todo sentido y, en toda circunstancia, en toda tentación de
percibir lo que no está ahí y en toda creencia de que el Hijo de Dios puede
experimentar dolor por verse a sí mismo como no es.” T-24.VI.4:4-5
Cuando somos conscientes de qué todo lo
que se percibe es una proyección somos menos aptos de caer en la tentación de
darle (proyectarle) significado a lo que no está ahí. En otras palabras a no
hacerlo real. Por consiguiente aunque se perciban las formas no se cree en
ellas. Y cuando nos encontramos ante la apariencia de un hermano experimentando
dolor, aunque al nivel de la forma pueda que nos sintamos inclinados a
brindarle algún tipo de apoyo, sabemos que ese hermano está experimentando
dolor porque se está viendo a si mismo como no es. Si de lo contrario creemos
que hay un hermano experimentando dolor por lo creemos experimentar dolor en
nosotros, y esa es la razón que nos mueve a “ayudarlo”, estamos viéndonos a
nosotros mismos tal y como no somos. Por lo tanto estamos en la misma trampa de
negación de la verdad y regidos por las leyes del sueño de la cual creemos ser
parte de.
Si quiero conocer al Padre necesito pasar
por alto cualquier distorsión que se interponga ante ello. El yo que cree ser
un cuerpo, el mundo que percibo “fuera” con todas sus diferentes formas forman
parte de esa distracción. Cuando profundizó en el perdón, sumergiéndome en el
silencio, me abro a la conciencia de mi plenitud e inocencia y percibiré todo
lo “externo” desde ese espacio en el que ninguna de las diferentes formas que
el mundo pueda tomar me distrae de ese reconocimiento. Es así como reconozco al
Padre en todo. Otra manera de decirlo sería, es así como reconozco el amor en
todo. Pues si solo experimento amor en mí, eso es lo que voy a percibir y a
extender a todo. Si de lo contrario experimento miedo en mí, eso es lo que voy
a proyectar ante todo. Y el mundo con sus diferentes formas corroborará lo que
yo creo sobre mí mismo.
Por lo tanto si reconozco el amor que
soy, aunque en el mundo de las formas se perciba un ser humano sufriendo, una
vez más, pueda que sea inspirado por el amor mismo a servirle de apoyo sin
perder de vista el Padre aún en esa imagen que tiene la apariencia de estar
sufriendo por haberse olvidado de su realidad en Dios. Siendo ese el caso no me
encuentro ayudando a un hermano que aparenta estar sufriendo sino que dentro de
esa aparente “ayuda” simplemente estoy recordándole a todo aquel con el que me
encuentre que tiene el mismo poder que tengo yo de elegir a un Nuevo Maestro
(Espíritu Santo). Es así como continúo YO sanando. Y al aceptar la expiación
para MI MISMO no puedo sino que estar aceptándola PARA TODOS debido a que sólo
hay Uno.